La contienda en Ucrania
Autor: Gustavo PAPUCHI WALTER(*)
Se atribuye a Clausewitz la frase “la guerra es la continuación de la política por otros medios”; aunque pensadores de prestigio como el filósofo Raymond Aron lo hayan criticado duramente y el insigne historiador John Keegan haya manifestado que no es exactamente eso, lo que el escritor prusiano intentó transmitir. Lo cierto es que en el imaginario universal, aquella idea es tan clara como precisa y así se acepta.
Clausewitz también habló sobre la niebla de la guerra; aspecto que confirma el general William T. Sherman al expresar su fastidio porque “la guerra es un infierno”. Putin nos recrea la neblina que nos confunde; pues, mientras millones de ucranianos procuran refugio fuera de su tierra natal, los líderes de las principales potencias soberanas parecen deambular entre medias tintas y sus intereses inmediatos. Los discursos políticamente correctos se desvanecen ante el drama de la guerra y las firmes advertencias moscovitas comienzan a asomarse… aunque no las entendemos cabalmente.
Muchos países se ha conformado con signar, junto a la mayoría de los Estados del orbe, la demanda para que Rusia retire sus tropas de Ucrania, aunque eso, de por sí, no genere nada en la visión del invasor; los medios de comunicación de esta mitad del globo acrecientan sus mensajes de sensibilización, a la vez que no sabemos qué dicen en el otro lado; y la guerra sigue su curso, haciendo estragos.
La niebla sigue cegándonos y estamos lejos de saber ¿cuál será el estado final? Mientras tanto, cada contendiente hace la mejor jugada que puede y los analistas intentan acertar sus predicciones. La opinión pública –occidental al menos– en su mayoría vibra con lo bélico, que es noticia cada día junto al humo, los cuerpos mutilados y las lágrimas de personas afectadas; y más y más se alimenta la victimización y la tragedia de este conflicto. Lo mediático se alinea y nutre para magnificar el drama euroasiático; solo esta cruzada.
En ese marco, algunos “comunicadores” llegaron a decir que parecía mentira que en pleno siglo XXI se diriman controversias con ese grado de violencia; y se mostraron atribulados procurando sensibilizar a sus oyentes. Con ello no hacen más que alimentar la fantasía de sus seguidores y no contribuyen a la solución del problema, sino que lo atizan excitando los ánimos y azuzando el odio al otro.
Muchos claman paz y con vehemencia se aferran a demandas que solo expresan su deseo pacífico, pero que tampoco aportan nada concreto para superar la violencia. Nosotros también preferimos la paz, pero con los pies sobre la tierra. Víctor Davis Hanson nos dice que la guerra no es “la maldición de Zeus” y, a la vez, nos recuerda que la paz fue calificada por Platon como “un paréntesis en la actividad humana”.
Desde otro mostrador el SIPRI de Estocolmo (Suecia) –un instituto internacional de estudios para la paz– todos los años publica un informe sobre conflictos, desarme, gasto militar, seguridad internacional y sus protagonistas, exhibiendo indicadores que permiten idear sólidas conclusiones sobre la realidad. El anuario de 2021 mostró que en 2020 hubo 39 conflictos armados en el mundo, dos con más de diez mil muertos reportados en cada uno y dieciséis de alta intensidad con mil a diez mil cadáveres. Es decir, esas decenas de pugnas ocurren en el mundo hace décadas y todos los años; y este informe nos dice que hubo 18 con más de mil fallecidos cada uno… y la humanidad, las redes sociales y los informativos cotidianos no evidencian inmutación alguna. Parece que no importan –o no tanto– los combates entre el gobierno y grupos armados no estatales en Yemen; ni la perenne contienda en la frontera India-Pakistán; o el conflicto por el control de la región Transcaucasia de Nagorno Karabaj, entre Armenia y Azerbaiyán, que desde principios de los 90 y con ocasionales intermitencias continúa generando miles de muertos. Esto ocurre siempre y, sin embargo, pocos expresan su preocupación y menos sus esfuerzos por minimizar la desgracia. ¿Por qué entonces esta conmoción de hoy? ¿Acaso por estar involucrada una potencia mundial con capacidad nuclear? ¿Tal vez porque es noticia la irrupción de un miembro del Consejo de Seguridad de ONU? ¿Será simplemente porque los principales medios de comunicación masiva se interesaron, lo que no sucede en la otra treintena de casos anuales? ¿Por qué interesa este suceso y los otros no, o por qué importa más? ¿Qué está en juego realmente con esta guerra?
La desinformación y la manipulación
Las campañas de desinformación están al rojo vivo, pues las lecciones gramscianas y goebbelianas se aplican con precisión para influir en la opinión pública internacional; lo que reafirma que ni todos son querubines, ni mefistofélico solo uno.
Como no podía ser de otra manera, la victimización y la sensibilización generalizada son ingredientes influyentes en la maniobra exterior de cada contendiente, intentando volcar a su favor la balanza de la razón.
Por estas latitudes circuló la imagen de una conocida caricatura femenina que afirmaba que el mundo podía ser un mejor lugar, si no hubiese cobardes que deciden guerras. Algo así como decir que los líderes que optan por lo bélico carecen de valor y de ánimo… Esto es tan necio como expresar que los pobres son pobres por culpa de los ricos. Un razonamiento lineal tan superficial que niega luz a la razón, al conocimiento y a la comprensión para, a partir de allí hallar la superación del problema. Este tipo de simplezas exacerba la pasión y en consecuencia, la discordia; y solo calma la sed de un público que se excita con el reality ucraniano. A la guerra no la superaremos con falta de reflexión, se debe volcar un agudo raciocinio y una mejor inteligencia. Tanto Putin como Zelenski lo saben y lo usan según sus intereses.
Estamos de acuerdo que el mundo sin guerras sería un mejor lugar para vivir; pero… ¿seríamos humanos? James M. Buchanan nos advertía que la anarquía es ideal para el hombre ideal y que su estudio partía de dónde estaba “y no de algún mundo idealizado, poblado por seres con una historia diferente y con instituciones utópicas”. Putin y su estructura nos muestra que seguimos siendo homo sapiens, sapiens sapiens; y que todavía no alcanzamos la esencia de deidades por más que Harari lo vaticine.
A modo de bálsamo para el alma, muchos se expían y otros regocijan al acurrucarse en frases sobre la guerra y la paz de célebres personas de diverso origen, tiempo y profesión. Unos, pensamientos preclaros y, muchos, exageradamente idealistas. Algunas sentencias sensatas y compartibles, otras con marcada subjetividad ideológica que debilita su certeza y las hace fácilmente rebatibles. La cuestión es que ante el umbral de la guerra, las utopías resultan estériles y trágicas. Putin nos recuerda el Diálogo de Melos, de Tucídides; y al final, tal vez, será para el ruso lo que fue para Atenas. Ya lo sabremos, aún en la apatía.
Con la guerra, la principal víctima es la verdad, se ha dicho insistentemente en estos días; lo que no se dijo es que la lid bélica es tan clara y cruda y cala tan profundo, que desnuda la hipocresía más oculta de las relaciones conformistas de los tiempos de paz. No nos debe sorprender que, al resentirse el comercio internacional y todos vernos perjudicados por debilitarse las cadenas alimentarias y energéticas, se estimulen transacciones comerciales insospechadas. La necesidad tiene cara de hereje y en el escenario protagónico de Zelenski y Putin, inmerso en un mundo globalizado, el elenco se completa con los demás actores del concierto planetario. La niebla será más densa.
Cicerón dijo “Preferiría la paz más injusta, a la más justa de las guerras”. Este enunciado es falso, pues no existe paz sin justicia; y solo expresa un anhelo que no define nada. Manifiesta un apetito que dos mil años después, sigue siendo una simple voz de deseo. Su aspiración solo puede entenderse bajo la imaginación de una paz idealizada, una paz que no es de este mundo, una paz sin sacrificio, sin violencia ni martirio. Una paz, quizás ¿sin seres humanos?
Por el contrario, resulta fascinante una frase atribuida a Einstein, que dice: “No sé con qué armas se luchará en la Tercera Guerra Mundial, pero sí sé con cuáles se hará en la Cuarta Guerra Mundial”. Parecería que, con sensatez, esta idea en vez de alegar a favor de la paz, acredita que la guerra es inherente al ser humano, allende cualquier Era geológica. El temor por la autodestrucción por medios nucleares, puede estar presente en la gente y atizar su pavor, pero lo está en la misma dimensión que en los líderes mundiales prevalece –desde hace ochenta años– la cautela y preocupación por evitar su concreción. Hemos probado esa prudencia y, aunque no debemos infravalorar la capacidad destructiva del armamento nuclear, tampoco subestimar el instinto de supervivencia. Para salir airoso, la puja se negociará con astucia y habrá caros renunciamientos.
Con fina intelección sobre la naturaleza humana, Ortega y Gasset, en su obra La rebelión de las masas, alude a que la guerra es una forma de resolver ciertos asuntos y que para eliminarla, se debe apelar al genio. Que sepamos, el elfo no ha surgido todavía y, lamentablemente, solo nos resta el compromiso de afinar el hacer, cada día, en cada acto, todos, con infinitos esfuerzos que sustituyan al genio y que sean un legítimo ingenio de efectiva sabiduría. Al final, la guerra seguirá siendo, porque desde que surgió en el sombrío alborear prehistórico, ha galopado de la mano de la política por ser una forma de relacionarse los grupos sociales, aun cuando se empujen al borde de la civilización para solucionar contiendas que no se resuelven por otras vías. Ahora bien, la confrontación en Ucrania puede diluirse; pero hacen falta acciones firmes y disuasivas. La Asamblea General de Naciones Unidas, adoptó, con un amplio margen de adherentes (141 países a favor, 5 en contra y 35 abstenciones), una resolución (A/ES-11/L.1) en la que reafirma la independencia política e integridad territorial ucranianas; deplora de modo enérgico la agresión de Rusia contra Ucrania y exige el inmediato retiro de las tropas rusas. A su vez, la Corte Internacional de Justicia ordenó a Rusia suspender las operaciones militares en Ucrania; pero no cuenta con elementos de coacción efectivos. Son buenas señales que no debiesen limitarse a una simple y formal declaración. La convicción de garantizar el mensaje es tan o más importante que el recado en sí. De lo contrario, esta tragedia ucraniana solo podría ser un escalón mayor que Crimea y antesala del peldaño cubierto que sigue. Las puertas de un nuevo orden están abiertas.-
(*)Gustavo PAPUCHI WALTER
Coronel de Caballería en situación de retiro del Ejército de la República Oriental del Uruguay. Sus principales Especialidades: Estado Mayor, Profesor Militar, Inteligencia Estratégica, Estrategia Nacional, Educación en Derechos Humanos y Asesor en Defensa.
Graduado en: Altos Estudios Nacionales (Uruguay) y Estudios Políticos y Estratégicos (Chile y Estados Unidos de América).
Ex Peacekeeper y Observador Electoral Internacional en Mozambique y Ex Peacekeeper en Sinaí.
Docente con más de 30 años; en Uruguay, dicta clases en el Centro de Altos Estudios Nacionales (C.AL.E.N.) e Instituto Militar de Estudios Superiores (I.M.E.S.); docente de Seguridad, Defensa, Derechos Humanos y Estrategia.
Coordinador del libro Conceptos sobre Seguridad y Defensa de los países iberoamericanos (2013) y Miembro del Consejo editorial de la Revista Estrategia, del C.AL.E.N. (Colegio de Defensa de Uruguay).