Historia, Geopolítica y Prospectiva
Lic: Horacio Hernandez Otaño*
ANÁLISIS GEO HISTÓRICO
El Caribe: Un complejo de mares y costas
Lo que llamamos Mar Caribe (en un sentido amplio) es un complejo de mares y costas, con numerosas vías de navegación, puertos, estrechos y fosas marinas. En él se encuentra, comenzando desde el norte, el Mar del Golfo de México, que baña la costa de México y el sur de los Estados Unidos, hasta la península de Florida y parte de la isla de Cuba. El Mar del Estrecho de Florida, que se comunica con las aguas del Océano Atlántico, con un Caribe formado por las Bahamas, las Islas Turcas y Caicos y las costas de las islas de Cuba y La Española (que comprende Haití y República Dominicana).
El de las Islas Caimán es un tercer mar, que baña las costas de la península de Yucatán, Honduras y Belice, en tierra firme, la isla de Jamaica y la costa sur de Cuba. El cuarto mar es el Mar Caribe propiamente dicho, que es el comprendido entre las Grandes y Pequeñas Antillas y las costas de Sudamérica y Centroamérica incluye este “mar”. Como puede apreciarse en el mapa, lo que se denomina Región Caribe está compuesta por diversos espacios territoriales y acuáticos.
Fuente: Elaboración propia.
Entonces, cuando hablamos de El Caribe nos estamos refiriendo a dos acepciones; la amplia, que está constituida tanto por las islas como por las costas del continente. El mismo funciona como un Mediterráneo americano y algunos autores lo denominan el ‘Gran Caribe’. La otra acepción, restringida a las islas, el denominado “Caribe insular” o “Antillas mayores y menores”.
El Caribe: Frontera imperial
El espacio caribeño fue campo de batalla de las monarquías europeas desde el siglo XVI. Ciertamente, detrás de Colón, que representaba los intereses de la España de los Reyes Católicos, le siguió Portugal, país cuyo heredero, Brasil, logró alzarse con casi la mitad de la América del Sur
A partir del siglo XVI, el continente americano que se hallaba dividido entre estas dos potencias europeas, fue objeto de la intrusión posterior de Inglaterra, Francia y los Países Bajos, quienes, levantan sus correspondientes espacios de dominio colonial teniendo como objetivo principal el Caribe. Por esta razón, se puede hablar del Caribe como una frontera imperial, donde la dinámica geopolítica fue dictada por los continuos conflictos que las potencias europeas sostenían por el control de las rutas comerciales, los territorios insulares y para ampliar sus mercados, haciendo uso del contrabando, la piratería y los corsarios.
Haití, Jamaica y Trinidad, dominios españoles que luego pasaron a control francés e inglés, son ejemplos de esta dinámica geopolítica, que hizo del Caribe una ampliación de las fronteras de los imperios europeos hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando los Estados Unidos logran imponer su hegemonía en la zona insular.
Es muy importante seguir los procesos de descolonización que se llevan a cabo en el Caribe durante el siglo XX, ya que estos van a concluir en la formación de comunidades políticas que tienen diferentes tradiciones tanto institucionales como culturales y que harán más marcada la diversidad entre el Caribe español, el inglés, el francés y el holandés.
Desde fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX se puede apreciar el creciente y decisivo posicionamiento estratégico de los Estados Unidos en el espacio caribeño, especialmente el insular. La doctrina geopolítica norteamericana respecto a la necesidad del dominio de los mares, fue aplicada en el Caribe insular por parte de los Estados Unidos de América, creando el cuerpo de los marines para garantizar su efectiva presencia militar en la región.
Su primera intervención la vamos a encontrar en la guerra de independencia de Cuba y Puerto Rico contra España, devenida en Guerra Hispano-cubano-norteamericana de 1898. Este conflicto armado concluye con la derrota de España, la ocupación militar de estas dos islas por los marines norteamericanos y, al fin de esta, la firma del Tratado de Paris de 1899, entre la potencia emergente y la decadente España, la cual terminó cediendo el dominio de Cuba y Puerto Rico a los Estados Unidos.
El “Corolario Roosevelt” de la acción preventiva en defensa de los intereses norteamericanos en Centroamérica y El Caribe (1905) surge en el siglo XX. Además, y en el contexto de la “Guerra Fría” entre los EE UU y la Unión Soviética (1945-1991), se establecen bases militares de la potencia americana en el Caribe insular, concretamente en Cuba (Guantánamo), las Bermudas, Puerto Rico y Honduras. Esta es la realidad del presente. El Caribe se transformó en una zona de influencia exclusivamente norteamericana.
ANÁLISIS GEOPOLÍTICO
El escenario actual.
Si volvemos a mirar el mapa de las islas del Caribe, podemos pensar que estamos frente a un gran grupo de islas y numerosos pequeños estados-nación dispersos. Hay 23 estados independientes en las islas del Caribe y el continente debido a la descolonización por parte de los gobiernos británico, francés y holandés. Sin embargo, desde la visión de la geografía política, estos países forman parte de tres grandes esferas geopolíticas de influencia: las colonias británicas, que se incorporaron a la Commonwealth of Nations, establecida en 1926; las colonias francesas se convirtieron en parte del Departamentos de Ultramar del Estado Francés en 1946; las Islas Vírgenes Danesas fueron incorporadas por los Estados Unidos junto con Puerto Rico en 1952 y pasaron a formar parte de los dominios estadounidenses en el Caribe. Asimismo, las posesiones neerlandesas, islas de San Eustaquio, Curazao, Bonaire, Saha y la parte holandesa de Saint-Martín, se integraron a la Federación de Antillas Neerlandesas cuyo jefe de estado es el Rey de los Países Bajos.
Estos vínculos, que tiene su origen a partir de los lazos históricos de la época colonial, le otorgan al Caribe una dinámica geopolítica determinada en gran parte por los intereses estratégicos de Gran Bretaña, Francia, Holanda y los Estados Unidos en la región, el continente y el resto del mundo. De tal suerte que, más que comunidad de Estados nacionales e independientes, tenemos más bien una comunidad de bloques políticos. A esta realidad geopolítica hay que sumarle tres aspectos adicionales que le aumentan considerablemente la importancia estratégica del espacio caribeño, tanto a escala continental como global.
En primer lugar, la comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico pasa por las aguas del Caribe y cruza a Panamá, una nación costera. En segundo lugar, el Caribe cuenta con importantes reservas de recursos estratégicos naturales como petróleo y diversos minerales que son de gran interés para las potencias actuales, como es el caso, por sobre todas ellas, de China, siempre ávida de recursos naturales para sostener su crecimiento económico. También cabe mencionar aquí la importancia del Golfo de México, de Venezuela y la parte atlántica frente a la República de Guyana y Trinidad y Tobago, que disponen de importantes cuencas hidrocarburíferas.
El tercer aspecto, de gran importancia económica, el Caribe insular oriental devenido en uno de los espacios financieros más importantes del mundo, donde según los informes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) las islas Bermudas (Asociadas, No miembro del CARICOM), Bahamas, Turcas y Caicos, Dominica, Islas Vírgenes, Caimán, Aruba, Barbuda, Anguilla, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Martín, San Vicente y las Granadinas son importantes paraísos fiscales y bancarios. (Economía Exterior: 2009). Es indudable que esta especialización financiera es parte de la expansión a escala global de los centros financieros globales de Nueva York y Londres. Esto no es un hecho aislado del capitalismo financiero global de nuestro tiempo. (L’Atlas du Monde Diplomatique: 2003).
PROSPECTIVA
En este escenario, es evidente que organismos de integración como el CARICOM (Caribbean Community – Comunidad del Caribe), se ven limitados por la presencia de los intereses económicos y políticos de Europa y los Estados Unidos en el ámbito caribeño, por encima de la presencia e influencia de los países de América Latina. Una excepción notable a esto la ha constituido la diplomacia petrolera de la Venezuela chavista, en los años de esplendor de la década de 2000, aunque dicha influencia ha menguado al ritmo de la declinación económica de la “República Boliviariana”.
Históricamente no ha sido fácil integrar a Centroamérica, es una región que debería estar unida trabajando en conjunto, con objetivos comunes y rutas claras.
Una posibilidad cierta sería la de construir bloques regionales con una visión geopolítica común para superar los desafíos de la seguridad, de la lucha contra el cambio climático, la pobreza y la desigualdad, el desarrollo económico regional integrado. Esto obliga a repensar la democracia, hacer uso de la tecnología, de las energías renovables y trabajar por una reconstrucción de la arquitectura estatal que facilite promover los cambios que se requieren para consolidar esa integración.
La década del 2030 es de grandes retos para la humanidad. Se requerirá de instituciones sólidas pero sensibles a la población y a la realidad de los nuevos sectores sociales, así como una mayor democratización de la participación ciudadana que facilite ese acercamiento con las personas, que ellas se sientan identificadas y que se sientan parte de esa comunidad de países que forman la región.
Entender y analizar los impactos potenciales, sinergias, ventajas y desventajas de las transformaciones para alcanzar la Agenda 2030 es esencial. Asimismo, es importante alinear los diferentes intereses de los grupos sociales respecto a estos cambios, y asegurar que muchos de estos grupos promuevan la transformación.
Los cambios transformacionales deben incluir formas para proteger y proveer oportunidades para aquellos que puedan quedarse atrás e involucrar a aquellos que puedan enfrentar perdidas como un resultado de los cambios. La transformación y la justicia son interdependientes. Otro elemento central es una gobernanza inclusiva y efectiva.
El mundo está en una encrucijada porque actualmente estamos experimentando signos de una contra transformación. Una nueva ola de nacionalismos, populismos, conciencia étnica, y la pérdida de valores están emergiendo en varios países del mundo. Por ello, necesitamos inversiones significativas en cohesión social y fortalecer alianzas transformativas para habilitar los cambios transformacionales hacia el desarrollo sostenible.
En conclusión, construir un polo civilizatorio en un mundo en transición donde los riesgos políticos, ambientales y militares están a la orden del día implica unirse, trabajar en conjunto, ceder y dialogar. No hay otro camino, lo demás produce división y sirve en bandeja de plata la oportunidad a quienes sí tienen intereses sobre la región y sus recursos. Trabajar en conjunto para recuperar lo mejor de la tradición conservadora de américa latina. No es una alternativa continuar excluyéndose el uno al otro porque se piense de una determinada manera. Hay que encontrar la forma de sintetizar esos pensamientos para que confluyan en una visión superadora, y al mismo tiempo con la fuerza propia que otorgará la construcción de identidades colectivas y sentido de pertenencia.
*Licenciado en Ciencias Políticas, Especielista en Políticas de Seguridad y Defensa, Especialista en Ciberseguridad, Egresado del Centro de Estudios Hemisfericos Williams J Perry.
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